No ha sido culpa mĂa —le dijo al chico; pero tanto Harry como tĂa Rosa dijeron que sĂ, y que Punch mentĂa, y que no habrĂa más paseos con tĂo Harry durante una semana. Esa semana, no obstante, le trajo a Punch una gran alegrĂa. RepitiĂł hasta el agotamiento que «subieron en Carro hasta el Cerro y jugaron al Corro».
MelevantĂ© para marcharme, pero dos hombres vestidos de blanco se colocaron frente a mĂ. El primero dijo: —¡Es Ă©l! —¡SĂ que lo es! —señalĂł el segundo. Los dos comenzaron a reĂrse de forma casi tan estridente como el rugido de la maquinaria y se secaron la frente. —Vimos desde el otro lado de la calle que habĂa una luz encendida.
queSegismundo serĂa . el hombre más atrevido, el prĂncipe más crĂĽel . y el monarca más impĂo; y Ă©l, de su furor llevado, entre asombros y delitos, habĂa de poner en mĂ . las plantas; y yo, rendido . a sus pies me habĂa de ver, (¡con quĂ© congoja lo digo!). Pues dando crĂ©dito yo . a los hados, que adivinos . me pronosticaban daños
NARj. 50 90 353 385 316 115 126 497 44
el hombre al que kipling dijo sĂ